viernes, 16 de marzo de 2012

LA LLUVIA Y LA MUSICA


Por fín la lluvia ha vuelto a caer sobre la ciudad.
Todo lo ha cubierto por un rato, dando ese efecto de brillo que el agua da a lo que moja. Todo se ha vuelto algo más melancólico, más intimo. Los parques se envuelven en grises y verdes intensos. La lluvia tintinea en los cristales. Luego las gotas de agua los recorren, de arriba a bajo, surcándolos a toda prisa dejando un rastro de hilos critalinos. Esa música del agua al caer, su ritmo, su compás, me recuerda a todas las músicas, a la música, esa misteriosa conbinación de notas, pentagramas, que armonizan sonidos, melodías, que tienen la virtud de despertar el alma. Todos tenemos nuestra música, nuestra canción, esa melodía capaz de acercarnos a lo que realmente sentimos, a lo que somos, por esto, la música nos abre el alma de par en par y hace salir de ella nuestras alegrías, nuestras penas. Nos trae el recuerdo de la primera canción del patio de colegio, del primer baile, de la primera vez que amamos, de cuando nos quisieron y de cuando nos dejaron de querer. De la nana que, con más o menos fortuna, cantamos a nuestro hijo para hacerlo dormir. Vuelve el sonido de aquella canción que cantamos en la excursión de amigos, la que bailamos el día de nuestra boda, la que escuchamos cuando conocimos a aquella persona que, para bien o para mal, marcó algunos días de nuestra vida, o todos quizás. La música libera el alma, la despierta de su sueño, del letargo en la que la mantienen las preocupaciones del día a día, y casi sorpresívamente nos enfrenta a nosotros mismos, a nuestros recuerdos, a nuestros deseos, a lo que creemos y a lo que íntimamente soñamos despiertos. Y puede darnos por bailar como locos, reír como posesos o llorar como niños, según nos coja, o según la música que suene.

Por eso yo amo la música y me gusta que me despierte el alma para encontrarme con quien soy.